domingo, 19 de octubre de 2014

General Jose Eloy Alfaro Delgado

INTRODUCCIÓN
                                       
Este trabajo trata de la vida de quien fuera Presidente de la República del Ecuador en dos ocasiones, en  dos períodos que comprenden entre 1897 a 1901 y 1906 a 1911. Reconocido como general de División del Ejército del Ecuador desde 1895 y líder de la revolución liberal ecuatoriana (1895 – 1924). Me refiero a Don José Eloy Alfaro Delgado, quien merece un reconocimiento más  por su rol central en las batallas de la revolución y por haber combatido al conservadurismo por casi 30 años, y que le ganó el apodo de El Viejo Luchador.

DESARROLLO
Para comentar sobre la vida del que fuera reconocido hace pocos años por los medios de comunicación del país como el MEJOR ECUATORIANO DE TODOS LOS TIEMPOS, es necesario saber de su origen, su niñez, su juventud, y del legado que nos dejó herencia.
Pero ¿quién fue este importante hombre?, leamos un poco de su vida:
José Eloy Alfaro Delgado, es oriundo de Montecristi. El hogar conformado por el  capitán español Manuel Alfaro González y de la Sra. Natividad Delgado López, lo recibió en su seno el  25 de junio de 1842.  Su educación fue muy modesta, y la recibió y terminó en su lugar natal, la primaria en casa,  y la secundaria con un profesor privado europeo que le enseñó contabilidad y comercio. Viajó con su padre a las Antillas y a Lima varias veces por asuntos comerciales. Esta experiencia lo acerco mucho a su padre, por eso más tarde, ya de adulto recordaba los consejos paternos, sobre todo este que nunca pudo olvidar: "Vuestra religión debe ser amor a Dios, caridad con el prójimo, resignación en el sufrimiento, perdón de todo agravio, humildad en todo caso y benevolencia con el infortunado y desvalido".
Producto de la relación con su padre en sus primeros años de juventud se dedicó -aunque por poco tiempo-, a diferentes actividades comerciales. En uno de sus libros el historiador ecuatoriano Alfonso Pareja Diezcanseco, afirma que: El presidente Eloy Alfaro,  “durante su juventud se nutrió de doctrinas libertarias, de modo que al conocerse la noticia de que García Moreno proyectaba poner al Ecuador bajo la protección de una nación europea, se afilió de hecho a las filas liberales y se lanzó a la lucha armada”.
A los 22 años de edad empuñó las armas contra García Moreno, pero tuvo que salir del Ecuador porque la conspiración urdida por el general Tomás Maldonado había sido apagada.  Un año más tarde en 1865,  combatió junto al general José María Urbina en Jambelí, pero no tuvo éxito, por eso derrotado y perseguido, Alfaro ancló en Panamá, departamento de Colombia todavía, en donde con su trabajo se labró una fortuna y contrajo matrimonio con Ana Paredes y Arosemena, panameña de 16 años de edad, a la que amó fielmente a lo largo de la vida, y con quien tuvo nueve hijos.
Sin la fortaleza de su esposa que sobrellevó con entereza las separaciones y sobresaltos ocasionados por la interminable lucha militar y política, Alfaro no habría podido sembrar lo que sembró. En Panamá conoció a Juan Montalvo, a quien protegió y financió la edición de algunos de los inmortales ensayos. Muerto García Moreno en 1875, Alfaro regresó a Ecuador, luchó por la abolición de la octava carta política conocida como "Carta Negra" y por la convocatoria de una Convención. Se unió a Veintemilla y se distinguió en Galte, la batalla que consolidó la jefatura suprema de ese general. Pronto se decepcionó de él, volvió a Panamá y retornó a Guayaquil en abril de 1878 para combatirlo. En noviembre de ese año fue apresado hasta marzo de 1879. Gracias a la valiente defensa de Montalvo fue puesto en libertad y expulsado a Panamá. Como su fortuna material había venido a menos, pues con ella financiaba su activismo libertario y porque Panamá había entrado en crisis económica, Alfaro cayó en la pobreza. Trabajó como periodista, pero volvió a la carga en 1882 al proclamarse Veintemilla nuevamente dictador. Cuando Alfaro contó a su madre que se aproximaba la guerra civil, recibió de ella esta bendición: 'Bien está. Vaya usted a cumplir sus deberes con la patria'. Se embarcó para Esmeraldas y asumió la dirección del movimiento armado, pero fue vencido y tras un escape prodigioso y lleno de sufrimientos a través de los Andes y la selva llegó a Panamá. Allí le nació una hija a la que puso el nombre de Esmeralda. Y volvió otra vez a combatir en la campaña de la Restauración, lo que le valió ser nombrado jefe supremo de Manabí y Esmeraldas. Los opositores le echaron en cara el decreto del 2 de julio de 1883, en el que ordenaba que los "sindicados sean juzgados sumaria y verbalmente sin apelación" y que "los bienes de todos estos criminales se les confisquen mientras dure la guerra y para emplearlos en sostener la guerra". Sus tropas fueron las primeras en cercar a Guayaquil. Combatió en la batalla del 9 de julio de 1883 y entró triunfante en la ciudad amada. Convocada la Convención de 1884, renunció a la jefatura suprema de Manabí, recibió la confirmación de su grado de general y se desterró del Ecuador. Poco después, volvió para combatir a Caamaño y liderar a los montoneros. Su nombre se iba tornando legendario. Pero asimismo se le acusó de haber hecho la guerra a Caamaño "apenas éste fue elegido y sin el más leve pretexto para una sublevación". En diciembre de 1884 perdió el combate naval de Jaramijó en el vapor "Pichincha", antes "Alajuela", contra la flotilla del presidente Caamaño, comandada por el general Reinaldo Flores. Para no rendirse, encalló la nave y la incendió. Escapó a Panamá atravesando Colombia en una odisea plagada de dificultades de la que salió nombrado con la aureola de héroe mítico, siempre derrotado pero jamás vencido. "General de las Derrotas" lo llamaban entre despectivos y asombrados sus grandes enemigos conservadores.
¿Cuál es el legado que Eloy Alfaro nos dejó de su tarea presidencial?
En principio, es bueno decir que Alfaro fue no solo extraordinario por su lucha libertaria, sino más bien por su altísima calidad humana que se fortaleció a partir de la enseñanza de su padre. Esto es fácil observar si meditamos en su primera proclama luego del triunfo de la revolución el 5 de junio: “El programa de mi Gobierno será de reparación, nunca de venganza, nada de resentimientos por lo pasado; justicia y justicia inquebrantable debe ser, desde ahora, nuestra sagrada consigna", expresadas en  agradecimiento al pueblo guayaquileño, y consignadas en un telegrama fechado desde Managua, Nicaragua, el 6 de junio de 1895.
Eloy Alfaro era un hombre radicalmente bueno. Cada Jueves Santo reunía en su mesa de presidente a doce mendigos, comía con ellos y les pedía la bendición. "Callado y meditativo, tenía el arte de convencer a sus correligionarios... Era intachable en su vida íntima, digno y morigerado en su persona, generoso y leal con sus amigos, no insensible a las penalidades de los humildes": así lo retrata un educador católico, el hermano de la Salle, Eduardo Muñoz Borrero. La grandeza de Alfaro se asienta en su visión histórica y en su tenaz voluntad. Entendió que Ecuador necesitaba libertad y justicia. Libertad nacida de una razón deliberante que llegara hasta las últimas consecuencias en la vida pública: la separación de la Iglesia y del Estado. Una libertad nacida de la primacía de la ética social basada en la soberanía de la conciencia humana, independizada de cualquier otra moral conectada con las fuentes religiosas. Era el espíritu de la época en América Latina. Y una justicia que diera alguna oportunidad de vida mejor al indio, al campesino, al negro, a la clase popular postergada desde el comienzo de la Colonia y a lo largo de la historia republicana. Pero esta visión se volvía operante gracias a una voluntad práctica de lucha por el cambio pese a la derrota, a la frustración y a que la victoria de la libertad tardó 31 años en llegar.
A Alfaro le debemos la profundización en el respeto a los derechos civiles y políticos. La reivindicación de los derechos de la mujer. La separación de la iglesia y el Estado. La modernización de la sociedad ecuatoriana a partir de nuevas ideas e impulso a la educación. Su preocupación por el transporte y la comunicación. La búsqueda de la unidad nacional, plasmada físicamente en la terminación de la construcción del tren transandino. La abolición de la pena de muerte. El establecimiento de la igualdad ciudadana.
Pero, sobre todo, Alfaro fue un defensor de las libertades de expresión, de imprenta, de palabra y revalorizó la autonomía de la conciencia humana. Es mucho lo que le debemos y, por eso, el mejor homenaje que podemos hacerle es profundizar el conocimiento de su pensamiento sin deformaciones ni alteraciones”
En su gobierno fue terminado el Ferrocarril Transandino que une Guayaquil con Quito, llevó a cabo la modernización del ejército ecuatoriano, y además fue el precursor de la Revolución Liberal Ecuatoriana, en cuyos principales logros estuvo la separación entre iglesia y Estado.
¿Qué más?
Legalizó el divorcio, construyó numerosas escuelas públicas, instauró la libertad de expresión, instituyó el derecho a la educación laica y gratuita así como el matrimonio civil.
Existen muchas frases aleccionadoras de Alfaro, aquí se ubican dos por considerarlas las más orientadoras para la vida de cualquier ser humano que aspire a ser grande:
“El que no sabe obedecer, no sabe mandar. Esta regla es casi infalible, según he podido observar en mi vida pública.”
“El hombre cobarde, aun cuando sea de buena conducta privada, es capaz de cometer cualquier infamia: esa es la tutora imperiosa que convierte a los débiles en instrumentos involuntarios del crimen”

CONCLUSIÓN
La vida de este personaje debe estar en nuestras mentes de jóvenes. Este hombre fue ejemplo de una verdadera revolución, que se encamina por el bienestar de la familia actual y la venidera, y que obedece completamente a intereses colectivos particulares.
Podemos destacar que Eloy Alfaro fue el gran luchador y se lo considera como una de las fuertes personalidades que han guiado al pueblo ecuatoriano a ser libre y aunque con virtudes y defectos nos ayudó a que podamos obtener una patria con democracia y aunque fue autoritario en su gobierno obtuvimos muchos frutos de él.

Me llama mucho la atención la frase de su pensamiento “El que no sabe obedecer, no sabe mandar” significa que sino obedezco hoy que me estoy formando en las cosas que quizás estén en mis ojos no podré seguir el mejor mandato de mi vida, ni tendré la entereza del carácter fuerte que se necesita para enfrentar las cosas de la vida.

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